"Por tanto, sabe que no es por tu justicia que el Señor tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; ..." Deuteronomio 9.6
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." Efesios 2.8-9
El hermano mayor del hijo pródigo (Lucas 15.25-32) permaneció al servicio de su padre, durante la ausencia de su hermano menor. Un día, al volver del campo, oyó la música y las danzas. ¿Iba a regocijarse por el regreso de su hermano, como lo hacía su padre? No, prefirió permanecer fuera. Estaba enojado. Le molestaba que se perdonara al culpable. Su padre salió y le rogó que viniera a alegrarse con los demás, pero sólo recibió reproches y quejas.
¿Por qué semejante actitud? En realidad, este hermano mayor quería, tanto como su hermano, gozar de sus bienes con sus amigos, sin su padre ("... y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos." Lucas 15.29b). Su comportamiento ilustra un hecho solemne: a pesar de una vida, aparentemente correcta a los ojos de nuestros semejantes, podemos ser mucho más cerrados al amor de Dios, que aquellos que han conocido las amargas consecuencias del pecado. Porque, finalmente, lo que nos cierra el acceso a Dios, es nuestro orgullo. "Por gracia sois salvos" (Efesios 2.8). No nos gusta esto. Queremos presentarnos ante Dios con nuestros méritos personales.
Pero, sólo Dios puede vestirnos con "el mejor vestido". Este vestido representa todas las virtudes de Cristo, las que se atribuyen, gratuitamente, a aquél que las recibe creyendo en su Nombre. "Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4.12)
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." Efesios 2.8-9
El hermano mayor del hijo pródigo (Lucas 15.25-32) permaneció al servicio de su padre, durante la ausencia de su hermano menor. Un día, al volver del campo, oyó la música y las danzas. ¿Iba a regocijarse por el regreso de su hermano, como lo hacía su padre? No, prefirió permanecer fuera. Estaba enojado. Le molestaba que se perdonara al culpable. Su padre salió y le rogó que viniera a alegrarse con los demás, pero sólo recibió reproches y quejas.
¿Por qué semejante actitud? En realidad, este hermano mayor quería, tanto como su hermano, gozar de sus bienes con sus amigos, sin su padre ("... y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos." Lucas 15.29b). Su comportamiento ilustra un hecho solemne: a pesar de una vida, aparentemente correcta a los ojos de nuestros semejantes, podemos ser mucho más cerrados al amor de Dios, que aquellos que han conocido las amargas consecuencias del pecado. Porque, finalmente, lo que nos cierra el acceso a Dios, es nuestro orgullo. "Por gracia sois salvos" (Efesios 2.8). No nos gusta esto. Queremos presentarnos ante Dios con nuestros méritos personales.
Pero, sólo Dios puede vestirnos con "el mejor vestido". Este vestido representa todas las virtudes de Cristo, las que se atribuyen, gratuitamente, a aquél que las recibe creyendo en su Nombre. "Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4.12)