"Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo." Génesis 14.18-20
"Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos." Malaquías 4.10-12
El encuentro de Abram, con el rey de Salem, es un encuentro con un arquetipo (modelo, tipo) de Jesucristo, en su papel de sacerdote. Melquisedec es el primer rey sacerdote de las Escrituras, líder con el corazón en sintonía con Dios. Sabía animar a los demás a servir a Dios con toda sinceridad (dice a Abram: "Bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tu mano"). Su carácter reflejaba el amor que sentía por Dios. Nos hace recordar a Jesús; algunos creen que era el mismo Jesús preencarnado. Melquisedec significa: "Mi rey es justo o legítimo". Éste saluda a Abram con un banquete real (pan y vino); y como el único en desempeñar los oficios de rey y sacerdote, adora al Dios Altísimo (algo extraño en esa época y lugar). Antes de cualquier requerimiento legal, Abram responde a su generosidad y bendiciones, entregándole los diezmos de todo el botín obtenido en la reciente guerra. Diezma como una expresión básica de su confianza en el Señor, de su alianza con el Dios Todopoderoso, poseedor de los cielos y la tierra, y de su agradecimiento por las bendiciones recibidas.
Las vidas de los patriarcas (en este caso: de Abram) ilustran, con lujo de detalles, cómo los encuentros con Dios, inevitablemente, producen hombres y mujeres generosos con el Señor, y con los demás. Codificado más tarde en la Ley, el diezmo comenzó como un acto de fidelidad y devoción a Dios, como un reconocimiento de que sólo en Él está nuestra riqueza.
"Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos." Malaquías 4.10-12
El encuentro de Abram, con el rey de Salem, es un encuentro con un arquetipo (modelo, tipo) de Jesucristo, en su papel de sacerdote. Melquisedec es el primer rey sacerdote de las Escrituras, líder con el corazón en sintonía con Dios. Sabía animar a los demás a servir a Dios con toda sinceridad (dice a Abram: "Bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tu mano"). Su carácter reflejaba el amor que sentía por Dios. Nos hace recordar a Jesús; algunos creen que era el mismo Jesús preencarnado. Melquisedec significa: "Mi rey es justo o legítimo". Éste saluda a Abram con un banquete real (pan y vino); y como el único en desempeñar los oficios de rey y sacerdote, adora al Dios Altísimo (algo extraño en esa época y lugar). Antes de cualquier requerimiento legal, Abram responde a su generosidad y bendiciones, entregándole los diezmos de todo el botín obtenido en la reciente guerra. Diezma como una expresión básica de su confianza en el Señor, de su alianza con el Dios Todopoderoso, poseedor de los cielos y la tierra, y de su agradecimiento por las bendiciones recibidas.
Las vidas de los patriarcas (en este caso: de Abram) ilustran, con lujo de detalles, cómo los encuentros con Dios, inevitablemente, producen hombres y mujeres generosos con el Señor, y con los demás. Codificado más tarde en la Ley, el diezmo comenzó como un acto de fidelidad y devoción a Dios, como un reconocimiento de que sólo en Él está nuestra riqueza.